En principio, se debe diferenciar entre preparar para una carrera de distancia corta, mediana o larga y, de acuerdo a las características de un caballo concreto, si es un sprinter, un miler o un stayer.
Se entiende por distancia corta, para un sprintes, la que ronde entre los 1.000 y los 1.400 m; mediana, para un miler, la que esté próxima a la milla (miles, 1.600 m), y larga para un stayer (resistencia) desde los 2.200 a los 2.400 m.
Existen variaciones, dentro de cada categoría: los super-velocistas que no pasan de los 1.000 m o los milleros que afrontan los 1.600 m y los fondistas que cubren distancias superiores a los 2.500 m.
Como diferencia fundamental, en un entrenamiento clásico, un sprinter nunca debe sobrepasar, en su entrenamiento, los 1.600 m; por el contrario, en éste deben abundar las partidas cortas de 400 m. A medida que aumenten las distancias de competición, se realizarán más tendidas sobre la distancia a correr y abundarán los floreos y menudearán las partidas cortas.
Para un caballo que vaya a hacer su reaparición, después de haber estado inactivo un cierto tiempo, es conveniente analizar la causa que lo ha mantenido alejado de la competición. Si ha sido por un problema de su aparato locomotor, y dependiendo de la gravedad de la lesión, el entrenamiento deberá estar encaminado a alejar el peligro de una recidiva Siempre será más conveniente consumir un tiempo extra para llegar a una carrera que no llegar nunca y, también, se puede adoptar el criterio de que corran un poco faltos de entrenamiento, para que el esfuerzo de la carrera termine de perfilar su puesta a punto. No en vano sabemos que una carrera vale por varios trabajos de entrenamiento, criterio que se puede aplicar a caballos curados de graves lesiones musculares e incluso óseas.
Si la causa de la inactividad fuera de otra índole (viajes, cambios de país, e incluso cambio de entrenador), iniciaremos un entrenamiento de reconocimiento consistente en dos semanas de trabajos suaves, donde sólo realizaremos trotes y galopes, como si de un potro en su segundo mes se tratara, para ir aumentando progresivamente la velocidad de los trabajos y sólo él “nos dirá” en que estado se encuentra, al controlarle la respiración, su recuperación a la fatiga, su asimilación del trabajo, su apetito en la cuadra, etc. Al ir conociendo su estado, le marcaremos un plan de trabajo acorde a la distancia que vaya a correr y le buscaremos una carrera idónea, en el siguiente mes o mes y medio.
Insisto en recalcar algo que es válido para todas las etapas del entrenamiento de un animal y para cualquiera de los métodos que se utilicen: deben tenerse en cuenta las particularidades de cada animal; esto es lo más importante con lo que si lo obviamos fracasaremos estrepitosamente.
No es lo mismo entrenar una yegua de escasamente 400 Kg., mala comedora, que un caballo de más de 500 Kg. que come todo lo que le echen; ni es lo mismo un animal nervioso, que se desgasta excesivamente por su temperamento, que uno tranquilo que se pasa tumbado y descansando la mayor parte del día.
Como norma general, y de sentido común, no debemos extenuar a los más frágiles, física o temperamentalmente, con ejercicios demasiado enérgicos. Para los delgados, que comen mal, está la máxima popular conocida en los ambientes hípicos de “dar una vuelta menos de paseo y un jarro más de comida”. O sea, que debemos suavizar el entrenamiento en los casos que esté indicado, e incluso intercalando días de paseos o trotes con distanciamiento de los trabajos más fuertes y, por el contrario, debemos intensificarlos (dobles partidas, caminar o trotar por la tarde, etc.) cuando el animal así lo precise, como en el caso de los caballos tranquilos, sobrados de grasa, que muchas veces asimilan una vuelta más o una doble partida.
Concluimos nuestras recomendaciones sobre los entrenamientos con algunas consideraciones sobre el mantenimiento de los animales en plena competición.
Lo normal es que después de una carrera, y si el animal ha cumplido con lo que de él se esperaba, quede en buenas condiciones, no haya sentido el esfuerzo, coma normalmente y no presente dolores musculares, esté descansando uno o dos días caminando a la mano para, al tercer día, iniciar el entrenamiento de trote dos días, calentamiento y galope al siguiente, y completarlo al sexto o séptimo día con un alegre de 400 a 800 m, según las características del animal. A partir de aquí todo va a depender de la fecha de la próxima carrera, de las aptitudes del caballo y del tipo de carrera que se haya elegido. El comprobar los tiempos, el practicar algún análisis de sangre y algunas otras observaciones nos ayudarán a conocer mejor al animal.
Todo esto es válido si, como decimos, el caballo ha cumplido con las expectativas que teníamos de él; en el caso de no ser así, analizaremos su actuación para intentar determinar por qué ha ocurrido así. La opinión del jinete es fundamental, a la hora de orientarnos sobre lo que puede haber ocurrido, no es lo mismo que nos diga que el caballo se cansó al final, que se ahogó o hacía ruidos al respirar o que su acción no fue normal.
Si el problema es de fatiga, hará que nos cuestionemos el entrenamiento que le hemos aplicado; quizá, hubiera precisado mayor trabajo del que hemos exigido, el origen del cansancio puede deberse a otras causas, como pueden ser problemas de conducción (muchos caballos “se pelean” con su jinete durante una buena parte del recorrido, cansándose), de adiestramiento, de un cambio de filete o a fallos en la cuadra, como haberle permitido beber agua antes de la carrera., etc. Si se observa, o se intuye, el más mínimo problema físico, tras la carrera, debemos instar al veterinario para que realice un chequeo y poder, en su caso, encontrar la causa de tal anomalía.
A veces, sucede que es imposible determinar la causa por la que un caballo ha corrido mal; todos sabemos que hasta los cracks pueden tener un mal día, hay que tener mucha paciencia, tratando de no creer en brujas “aunque haberlas ahílas” y hacernos a la idea que todo esto forma parte de la gloriosa incertidumbre del turf.
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