Quien no
recuerda de niño haber visto a un caballo, ya sea en la vida real o por televisión;
muchos de nosotros inclusive, quienes hemos crecido en provincias, tanto de la
costa como de la sierra, nos hemos acercado a ver algún burrito o caballo
criollo, morochuco o serrano, o simplemente chusco y lo hemos visto como el más
majestuoso de los animales, nobles y tercos algunas veces, pero ¿quién en la
vida no ha tenido su minuto de terquedad?
La ruta habitual
de mi niñez para poder ir a las playas del sur, era salir de cañete hacia las aun
cristalinas aguas de cerro azul, o las bravías olas de playa los reyes, cerro
colorado o lobos. Pero si de ir con los primos o sobrinos menores se trataba,
entonces íbamos todos a la playa las conchitas, la cual era apenas una pequeña
vertiente de la playa cerro colorado, rodeado de peñascos que hacían de ella
una piscina cristalina llena de palabritas y conchitas que recogíamos e
inmediatamente las comíamos como todo una acontecimiento.
Pegados de la
ventana del auto íbamos mi hermano y yo mirando a través del cristal los
frondoso valles que vestidos de color naranja y amarillo florecían a lo largo
de la carretera y metidos en algún llano, divisábamos algunas vacas y carneros
y más allá solitario pero hidalgo, un hermoso corcel, de color marrón. Rápidamente
y sin guardar tregua nos lanzábamos a adueñarnos de quien ni siquiera sabía que
existíamos – ¡Caballo para mí! – y contento por haberlo conseguido primero, de
pronto en el camino veíamos otro caballo, esta vez de color blanco y rápidamente
pronunciaba alguno de nosotros -¡Caballo Para mí!- en seguida venia la discusión
de quien había dicho primero la frase poseedora que se enfrascaba en acaloradas
discusiones y estas no acababan hasta
que nuevamente divisáramos otro caballo o burro y lanzábamos la frase que nos adueñaría
de aquel maravilloso y no menos hermoso equino - ¡CABALLO PARA MI!
Sin saberlo,
el amor por lo caballos surgió como estampida en mi corazón, que luego de llegar
a la capital, quedo sumergido en un sueño profundo, envuelto entre tanto
cemento y asfalto, pero un día sin saberlo, llegue al hipódromo y fue chapelco
quien despertó aquel niño inocente que peleaba por los caballos de los valles
de cañete, pero que aún ahora, callado sigo mencionando aquella frase infantil
¡CABALLO PARA MI!.
Por: Esteban
Gagliardi
Foto: Giselle Linares |
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